Visitar el salón de belleza, ir de compras y someterse a tratamientos para mejorar la apariencia son decisiones más justificadas por una emoción poderosa que por razones estéticas. Pero la conciencia de las cosas que hacemos por motivos emocionales no nos vuelve menos racionales: nos permite entender lo que hay detrás de la inversión de recursos –tanto económicos como de tiempo y energía– que decidimos hacer en la belleza.
Si bien existe el mito de que las prácticas relacionadas con el autocuidado y la modificación corporal generan ideas recurrentes que derivan en obsesión, la verdad es que dejar de sentir culpa por permitirse esos “gustos” y empezar a cuestionarse sobre las motivaciones últimas que nos llevan a consumir este tipo de productos y servicios, será crucial para mantener un comportamiento de consumo equilibrado (o a no destinar más dinero del que podemos a estos fines) y en cierta medida, también para procurar una percepción objetiva del propio cuerpo.
No hay nada de malo en recurrir a la cirugía plástica para sentirse mejor cuando se hace un manejo responsable de los recursos, se acude a un experto con el fin de tomar una decisión informada y se tienen expectativas realistas acerca de lo que puede o no lograr una intervención de esta naturaleza.
Las operaciones de aumento de senos (mamoplastia) y levantamiento de busto (mastopexia) son buenos ejemplos de lo anterior al tratarse de procedimientos puramente estéticos, en los que en apariencia no existe un beneficio para la salud. No obstante, lo que hay de por medio es la salud emocional, que tarde o temprano repercute en estado físico de las personas.
Para una mujer, eventos que afectan la forma y la percepción corporal, tales como los cambios en la figura después de un embarazo, el haber padecido ciertas enfermedades o el paso de los años, también desencadenan inseguridades y baja autoestima.
¿Por qué, entonces, si se tienen los medios técnicos y económicos para solucionar esta situación, algunas continúan sintiendo recelo ante la posibilidad de someterse a una cirugía estética?
La respuesta está en un modo culturalmente arraigado y contradictorio de entender la belleza: por un lado, se nos exige y nos exigimos un cuidado personal que está normado por estándares rígidos y por otro, se nos crítica y nos avergonzamos por dar importancia a la apariencia. En este sentido merece la pena preguntarse si no sería mejor reconciliarnos con una idea de la vanidad asociada a la salud.
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